«Rojos contra rojos»: la izquierda que no luchó unida ni contra la dictadura de Franco
El enfrentamiento entre Yolanda Díaz e Irene Montero no es más que el último episodio de una división histórica que no supo ponerse de acuerdo, ni en el exilio, para intentar derrocar al régimen franquista ni ayudar a sus refugiados
La eterna polémica del coronel Casado: esa «alimaña» republicana que quiso negociar la rendición con Franco

Cuatro días después de consumarse la exclusión de Irene Montero de las listas electorales de Sumar –que reúne a varias formaciones, entre ellas Podemos– la líder de la formación y vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, volvió a escenificar el desencuentro y la división que existe dentro de la izquierda al no dirigirse la palabra con la ministra de Igualdad en la reunión ordinaria del Consejo de Ministros. Este conflicto interno, sin embargo, no es nuevo, se ha dado en multitud de ocasiones a lo largo de la historia de España.
La división dentro de la izquierda provocó un clima de violencia irrespirable durante la Segunda República y fue una de las causas principales de que Franco ganara la Guerra Civil. En aquellos tres años de conflicto, incluso, se produjo un golpe de Estado contra el Gobierno comunista de Juan Negrín por parte de los socialistas y combates entre estas dos facciones en las calles de Barcelona que provocaron miles de muertos, mientras el futuro dictador avanzaba a sus anchas hacia Cataluña.
Lo más curioso, sin embargo, es que ni siquiera tras la derrota de la República y durante los cuarenta años de dictadura, la izquierda consiguió ponerse de acuerdo para intentar luchar contra Franco en el exilio, a pesar de compartir el dolor y el deseo de regresar a casa. Lo que se produjo dentro de la izquierda fue algo así como una guerra civil fuera de España tras la guerra civil, en la que se vivieron traiciones, mentiras, robos y un odio desmesurado cuyas consecuencias han estado presentes también en la actual democracia.
Hace poco más de dos meses, Alberto Núñez Feijóo celebró su primer año como presidente del PP, en Zaragoza, celebrando sin disimulo esa misma pelea sin cuartel dentro de la izquierda, justo en el momento en que los socios de Pedro Sánchez consumaron su ruptura al dejar a Podemos fuera de juego. Los populares salieron en tromba para situar el foco en esa guerra interna y evidenciar su «descomposición acelerada», según comentaron algunos barones territoriales a ABC. El número tres del PP subrayó, incluso, que los socios de Sánchez siguen «a palos entre ellos».
Últimos meses de guerra
Durante la década de 1940, la actuación de la oposición anti-franquista estuvo marcada por este rencor que se profesaron abiertamente los anarquistas, comunistas y socialistas tras la victoria de Franco. Un rencor cuya semilla principal se plantó en 1937, cuando se formaron dos facciones en el bando republicano. La primera apostaba por la paz y el armisticio con Franco y estaba encabezada por Manuel Azaña con el apoyo de los partidos Izquierda Republicana y Unión Republicana, los nacionalismos vasco y catalán y un sector del PSOE. La segunda, liderada por el entonces presidente Negrín, la formaban los comunistas y el resto de los socialistas, que tenían el objetivo de alargar el conflicto y contaba, bajo la convicción de que la Segunda Guerra Mundial estallaría pronto y los aliados vendrían en su auxilio.
A principios de marzo de 1939, cuando faltaba un mes para el final de la guerra, se produjo el citado golpe de Estado del coronel Segismundo Casado contra el Gobierno de Negrín. Los titulares de la edición sevillana de ABC, en manos del bando franquista, no podían ser más representativos de lo que eran estos conflictos internos dentro de la izquierda: 'La zona roja se subleva contra Negrín y este huye a Toulouse' y, dos días después, 'Según dicen los rojos de Miaja y Casado, han derrotado completamente a los rojos de Negrín y Stalin'. Rojos contra rojos, una vez más.
El conflicto entre los dirigentes del bando derrotado continuó en los años siguientes, sobre todo, a finales de la década de los 40, cuando toda la oposición a Franco se desmoralizó como consecuencia de la consolidación de la dictadura. Este hecho acentuó las divisiones entre los cerca de 500.000 refugiados que abandonaron España en 1939. Entre ellos estaban la gran mayoría de los dirigentes políticos y sindicales, los altos cargos de la administración republicana y los intelectuales, es decir, aquellos que tenían una mayor experiencia política.
Enemistad heredada
Así resume lo ocurrido en aquellos años el historiador Borja de Riquer en su libro 'La dictadura de Franco' (Crítica, 2021): «Muchos se conocían perfectamente desde hace bastantes años, por lo que las amistades y las enemistades personales, junto con las diferencias políticas se trasladaron al exilio. También las direcciones de los partidos y sindicatos españoles, así como los principales dirigentes de las instituciones republicanas, se encontraban en Francia en precarias condiciones desde abril de 1939. La tarea más urgente en aquellos momentos era facilitar ayuda a los refugiados».
Los enfrentamientos llegaron también a esta última tarea humanitaria. En marzo de 1939 se creó en París, a iniciativa de Negrin, el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE) con el objetivo de ayudar con subsidios económicos a los exiliados que se encontraban en Francia y, sobre todo, de facilitarles su traslado a otros países. La iniciativa generó una gran polémica, pues esta organización financiada con fondos del Gobierno republicano fue acusada de practicar una política sectaria y favorecer únicamente a los negristas y comunistas.
Como respuesta, en el verano de 1939, los partidarios de Indalecio Prieto crearon un organismo paralelo y rival, la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE). Esta se financió con el llamado 'Tesoro del Vita' que sacó de España el antiguo yate Giralda de Alfonso XIII, el cual se componía de joyas, obras de arte y otros objetos requisados por la República que estaban valorados en 50 millones de dólares. Sin embargo, el botín, que cayó en manos de los prietistas cuando llegó a Veracruz el 23 de marzo de 1939, desapareció para siempre. Su paradero sigue siendo hoy uno de los grandes misterios de aquel periodo de grandes dificultades económicas para la izquierda española.
Malversación de fondos
La JARE, a su vez, se dividió en otros dos centros de ayuda a los refugiados: uno en México, dirigido por el propio Prieto, y otro en París, presidido por el catalanista Lluís Nicolau D'Olwer. El SERE, por su parte, contaba con la participación de un amplio abanico de fuerzas: Izquierda Republicana, Unión Republicana, PNV, ACR, ERC, CNT y FAI. En medio de esta maraña de intereses, la división y el caos fue tan grande en el exilio, que dificultó en gran medida el trasladó a América de los más de 16.000 españoles que llegaron a América en 1940.
«Tanto la acción política y económica de la SERE, como también la de la JARE, se vio envuelta en duras polémicas sobre malversación de fondos y favoritismos políticos que no hicieron más que evidenciar la notable división política de los republicanos españoles», confirma Piquer. Las tensiones y enfrentamientos heredados de la Guerra Civil no solo seguían presentes, sino que se habían incrementado. Según el historiador, «esta división del antifranquismo fue un factor político fundamental para su futuro, ya que debilitó su ya reducida capacidad de influencia ante las potencias aliadas y entorpeció la eficacia de su acción en el interior de España».
Una señal de esa debilidad fue el escaso apoyo que obtuvo el intento de Negrín de presidir el Gobierno en el exilio. Seguía empeñado en que los aliados le ayudarían a derrocar a Franco durante la Segunda Guerra Mundial, pero pronto se demostró que estos tenían otros intereses, incluso, cuando terminó el conflicto. El líder comunista, de hecho, fue rechazado por la mayoría de las fuerzas en el exilio, lo que provocó un nuevo enfrentamiento entre este y Diego Martínez Barrio, que era en ese momento el presidente en funciones de la República tras la dimisión de Azaña.
A esto se suma la crisis interna en que vivían casi todas las formaciones políticas y sindicales republicanas. El PSOE sufría una clara fragmentación, dado que los seguidores de Indalecio Prieto y Largo Caballero se odiaban y criticaban abiertamente. En la CNT estaban enfrentados los partidarios de la participación en los gobiernos del Frente Popular y los defensores de retornar al apoliticismo ácrata. El caos y la violencia era importante, y fue en aumento tras la invasión alemana de Francia, que consolidó todas esas fracciones.