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Los latidos en la antesala de la procesión de la Virgen del Rocío
En torno al altar del santuario se arremolinan fieles con sus plegarias, mientras fuera bulle la aldea con alegres cantes y bailes en las calles y casas
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La aldea del Rocío es durante la romería una gran urbe con alma de pueblo. Uno en donde no parece haber pasado el tiempo, donde la tradición marca el ritmo. La tan repetida cifra del millón de personas concentradas en una aldea significa un enorme flujo de almas en torno a una devoción de siglos. En este espacio marismeño se suceden incontables momentos, realidades distintas pero similares, en los que conviven la fe y la religiosidad con la alegría, el baile y la música. Los actos oficiales con los populares.Todas las puertas son un mensaje de bienvenida. Todos los corazones están abiertos a vivir una experiencia de las que marcan, tantos a los que por primera vez la sienten, como a los que no han dejado de buscarla en su camino.
Se suceden los cantes y los bailes por sevillanas en las casa. Las lenguas de arena que alfombran las calles no dejan de ararse con ruedas y huellas. De un lado a otro. Siempre hay una visita que hacer. El destino principal suele ser el de siempre. El santuario, donde las plegarias se apoyan en las rejas, miran a la Virgen del Rocío entre los barrotes. Las oraciones transcurren en silencio, pero se leen en las caras. Caen algunas lágrimas y con ellas brota el alivio del peso.
De todo surge en la espera que justifica que todo el mundo haya venido hasta este remanso de paz que bulle de emoción. Late con intensidad. La Virgen del Rocío abrirá las alas esta madrugada para volar de casa en casa, de alma en alma, para dar la respuesta adecuada.
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