El Espíritu Santo tampoco se le aparece todos los días al toro bravo

Atléticos y con serias caras llegaban los toros del viento. Un metro de pitón a pitón traía Escandalito, con el que Rafaelillo sudó la gota gorda. Cómo se defendía el castaño, que echó la cara arriba en banderillas y se quedó muy corto en la muleta. De sus resortes técnicos tuvo que tirar el aguerrido murciano, que por momentos debió de pensar que tenía delante otro mítico hierro.

Frente al túnel del miedo se postró Escribano con el abanto y corretón segundo, en el que formó un alboroto con los palos, de enorme exposición. Cómo sería que la 'chica ye-ye' desapareció de las bocas para corear un «¡Manuel, Manuel!», que exhibió su condición de deportista de élite en su zigzag a un Histórico con tanta movilidad como ausencia de clase. Obedecía a los toques, sí, y el sevillano le dio fiesta con más entrega que el animal, al que no le hubiese venido mal un puyazo más. Con listeza, logró el silencio de las peñas en unas manoletinas de lexatin, pero el acero se atascó y perdió lo ganado.

Se dolió en banderillas Opíparo –el toro que sembró la gresca con sus hermanos en la Navidad tarifeña– tras las zapopinas de Leo Valadez, variadísimo toda la tarde desde las navarras iniciales. El chorreado y listón protestaba este mundo y parte del otro por el derecho y no tanto por el zurdo. Con las peñas a lo suyo, el torero, dispuesto de ganas y juventud, buscó la conexión con unas entusiastas manoletinas. Y ni con esas, que había que preparar la merendola...

Malamente se picó al cuarto, que salió perdiendo las manos de aquel encuentro. Apuntó nobleza en la primera ronda diestra, pero lo mejor llegaría en unos naturales aprovechando el embroque de ese potable lado izquierdo. Nada quería por arriba Mirlón, que tuvo por abajo más opciones que sus anteriores parientes. Con el público más pendiente del bocata y del ajoarriero que de la faena, fue misión imposible enganchar ni con molinetes ni desplantes.

De nuevo se fue a portagayola Escribano en el quinto, al que prefirió dejar crudete en el peto y con el que no anduvo tan fino con los rehiletes. En el mismo platillo se plantó de hinojos mientras Aspirante humillaba en las telas con más calidad que ninguno, pero con el fondo en el límite y con esa tendencia a protestar por alto. El de Gerena jugó con distancias y alturas con inteligencia, aunque poco les importó aquella lección a los de «hemos venido a emborracharnos y el resultado nos da igual». Cambiándole el viaje abrochó por bernadinas, pero otra vez se vistió de pinchaúvas.

Siguió el solvente Valadez con su discurso capotero en el sexto, ahora por escobinas, que rara vez se ven. Noble era Carafeo, al que el mexicano –que había sufrido un instante de apuro de rodillas– entendió con templanza y quiso matar derecho, pero el animal tardó en doblar y la cosa se enfrió. Y eso que la atardecida era ya de rojiblanco sol y moscas tras la 'anochecida' de la cinco. ¡Qué trapío de tormenta y granizo! Más que los aceros...