Muere el reconocido periodista y escritor onubense Ricardo Bada

Huelva pierde un onubense ejemplar, al que siempre acompañó, pese a marcharse en 1963 a Alemania, una añoranza a su tierra, esta Troglodia que nunca dejó de cantar en su impagable diario

Ricardo Bada Manolo muguruza
Bernardo Romero

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Hace un par de años ardió su casa y con ella todos sus libros, su archivo sonoro y buena parte de sus recuerdos. Toda una vida dedicada al periodismo que iniciara en su Huelva natal y que con tanto éxito continuara en Alemania, Ricardo Bada (1939-2025) marchó a Alemania siendo un joven escritor en 1963, tras haber sido uno del grupo de intelectuales onubenses que Vázquez Montalbán llamó el Bloomsbury onubense, un apelativo y un grupo del que siempre huyó con socarronería y del que negaba su existencia, con ese tremendista humor que siempre le acompañó junto a una añoranza a su tierra huelvana, a esta Troglodia que nunca dejó de cantar en su impagable diario que puntualmente y hasta junio del pasado año estuvo publicando en Fronterad. También fueron muy seguidas sus colaboraciones en El Espectador de Bogotá, donde por las mismas fechas firmó su última colaboración alrededor de la correspondencia de Albert Camus.

Ricardo Bada fue además de columnista en El Espectador, corresponsal en Colonia/Alemania de HJCK/El Mundo, también de Bogotá. Ha sido colaborador regular en Revista de Libros, Revista de Occidente, ABC, Cuadernos Hispanoamericanos y Vasos Comunicantes (España), Nexos, La Tempestad y La Jornada (México), La Nación (Costa Rica), El Malpensante (Colombia), El País y Brecha (Uruguay), La Opinión (Los Ángeles/California), Amsterdam Sur (Países Bajos) y Aurora Boreal (Dinamarca), además de la revista Etiqueta Negra (Perú) y las cuatro ediciones de SoHo (Colombia, Costa Rica, México y Ecuador).

Su relación con los países iberoamericanos se inició gracias a su profesión y como responsable de las ediciones en español para América de la emisora de radio Deutsche Welle, en el programa La voz de Alemania, lo que le llevó incluso a residir un par de años en Argentina. Fruto de una intensa labor en las ondas, fueron multitud de entrevistas con intelectuales, sobre todo escritores, del llamado boom hispano americano, como las colaboraciones con Julio Cortázar, que llegó incluso a escribir un relato para una de sus emisiones.

De su obra literaria, al margen de una impagable recopilación de fandangos que Bada atribuía según su estilo a lo más granado de la literatura española de todos los tiempos y que título, como no podía ser de otra manera, Los mejores fandangos de la lengua castellana (Parodias, Madrid 2000), encontramos títulos como La generación del 39 (cuentos, Nueva York 1972) o El Canto XXV (novela breve, Copenhague), Basura cuidadosamente seleccionada (poesía, Huelva 1994), Amos y perros (cuento, Huelva 1997), Me queda la palabra (ensayos, Huelva 1998), Límeri de Buenos Aires (versos nonsense, Río de Janeiro 2011), La bufanda de Cambridge (cuentos, Bogotá 2018) este alrededor del equipo femenino de Hockey sobre hierba de Colonia, del que era puntual seguidor, y El Canto XXV (novela breve, Copenhague 2018).

También fue editor en Alemania, 1981, junto con Felipe Boso, de una antología de literatura española contemporánea (Ein Schiff aus Wasser [Un barco de agua]); junto con José A. Moral, de la obra periodística de Gabriel García Márquez; y en solitario, de los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la obra poética de la costarricense Ana Istarú (La estación de fiebre y otros amaneceres, Madrid 1991), y en Bolivia de la única antología integral que se ha hecho en castellano del ingente legado de Heinrich Böll (Don Enrique, La Paz 1995), con el que mantuvo una intensa relación.

Republicano a la antigua usanza y agnóstico de libro, o de libros más bien, fue nombrado curiosamente caballero de la Orden de Isabel la Católica. Su última aparición pública en Huelva fue para impartir una conferencia sobre Juan Ramón en la Universidad, y luego ya empezó a dejar de visitar la ciudad a la que tanto amó, unas visitas en las que nunca faltaron los pavías de merluza, a los que adoraba, y las obligadas visitas a la taberna de Joselito en la plaza Niña y al bar de Miguel en el mercado del Carmen para comer pescaíto frito. Venía a su ciudad y aspiraba el aire salobre para llevarlo con él a Alemania, el aire y las cosas de su ciudad, de la que tanto protestaba con el cariño que sólo las personas de su sensibilidad pueden tener por la tierra que les ha visto nacer.

Su última venida a España fue a Madrid, también por un asunto de conferencias, donde nos vimos por última vez. Luego me mantendrían en contacto con él las páginas de su diario, que solían llegar a un numerosísimo grupo de amigos y admiradores a ambos lados de la mar atlántica que tantísimas veces cruzó, las que llegaban puntualmente a cualquier hora, incluso de madrugada, cosas de la diferencia horaria y de su meditado trabajo en las noches de Colonia, la ciudad en la que ha residido tantísimos años junto a Diny, su mujer, una holandesa que fue muy activa en las filas de Amnistía Internacional.

Si leyera estas torpes líneas, me reprocharía que escribiera sobre él, siendo como fue un relator de lo más inquietante e inteligente que pudiera asomarse a los estantes de su biblioteca o de un micrófono al que acercaron su voz los más importantes escritores y personajes de la cultura europea y americana. Huelva pierde un onubense ejemplar, con absoluta seguridad desconocido por la mayor parte de sus paisanos, a los que de forma tan mordaz como cariñosa describía en la relación epistolar que tuve la suerte de tener con él. Troglodia es así, querido Ricardo, qué le vamos a hacer, Maestro, aunque sé sobradamente que te molesta que te llame así, entre otras razones porque sabes perfectamente que lo eres. Mi querido Ricardo, los tíos grandes como tú, nunca mueren, entre otras cosas porque siempre estarás en mis mejores recuerdos y en los de tantos como te admiramos.

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