ENCUENTROS CON GENTE DE AQUÍ
Los mares irreales de Enrique Romero Santana
«Mis mares, como mis propuestas geométricas de la ciudad, son irreales, porque no están copiadas de la realidad, sino construidas a partir de lo más profundo de mis sentimientos», dice el artista lepero
'Santana Sunset', un viaje de vuelta a casa entre Chicago y Lepe
Enrique Santana, cuando la luz es sólo un eco: «Cada vez pinto el atardecer más tarde»

El primer encuentro con la obra de Enrique Romero Santana fue en el ya desaparecido Puerto de las Artes, ya a finales de los noventa. Años después, en la sede del Colegio Oficial de Arquitectos, en la varias veces remozada Casa del Millón colgaron una exposición de la obra del pintor lepero, a la sazón residiendo todavía en Chicago. Era una serie de lo que ha definido el hacer pictórico de Santana, mares y geometrías urbanas más que edificios, como a él le gusta definir ese apartado concreto, de ahí que la traída a Santana por parte del Colegio de Arquitectos tuviera sentido por el artista en sí y por el retrato de la ciudad en la que residía, la cual es una visita tradicional y casi obligada en los planes de estudio de no pocas facultades de Arquitectura españolas (1).
En la citada exposición del Colegio de Arquitectos me presentó José Pablo Vázquez al pintor. Una cortesía de pocas palabras, prácticamente limitada al encantado de conocerte y poco más. De la exposición escribí una crítica en El Mundo Huelva Noticias, periódico en el que andaba yo entonces colaborando, y el caso es que el pintor leyó aquello y le debió gustar, porque al poco de cerrar la exposición se encajó en mi casa, guiado por Víctor Pulido, con un cuadro bajo el brazo y la misma sonrisa que sigue conservando. Te vi en la exposición observando este atardecer, me dijo. Entonces fue cuando le conocí. Y hasta ahora, cuando estamos en compañía de John Williams Holland, galerista y muchas cosas más, sentados en una terraza y asomados al mar, a las olas y a las inabarcables estampas que ofrece la mar para guardar en la retina como hace Enrique Romero Santana, que pinta todo lo que almacena en su alma sensible después en su estudio, sin más recursos que su memoria y su sensibilidad. «Es todo sentimiento», me dice. «Mis mares no son reales«. Tremendo.



Han pasado muchos años desde la visita y los momentos que entonces compartí con Enrique Romero Santana, con ese inusual encuentro. Dada mi aversión a viajar, como a todo aquello a lo que no le encuentro sentido, tan sólo le pude ver en las ocasiones en que el artista cruzaba el Atlántico para exponer en alguna ciudad europea y entonces se acercaba a Lepe para estar unos días con la familia. Luego, hará cosa de seis o siete años decidió regresar a España después de toda una vida recorriendo medio mundo, la mayor parte de los últimos cincuenta años en Chicago, pero también en aquellos lugares donde las Bellas Artes tienen asentada plaza y razón de ser. Londres, Barcelona, Madrid, París, Boston… son algunas de las ciudades que le han visto transitar durante estos largos años. Hasta que un día decidió junto a su pareja desde hace décadas, dejar Madrid y establecerse en Lepe, «un lugar ideal para envejecer», me confiesa con una sonrisa en los labios, esa misma sonrisa y ese sentido del humor del que disfrutan las personas inteligentes y sabias, como este Enrique Romero Santana que ha sorteado todo tipo de complicaciones para dedicarse a ejercer su pasión, la pintura.
Marinas y bodegones de un niño prodigio
Por resumir su vida podría apuntarles que de niño pintaba marinas y bodegones para llegada la temporada estival vender sus pinturas a los veraneantes. Y le fue bien al niño prodigio que fue, y creo que sigue siendo. Ayudándose con la pintura se matriculó en la Escuela Normal de Magisterio, el camino más corto para poder encontrar un trabajo, pero una paleta con tanto color y tanta inquietud, no iba a dejar reposar ni un momento al artista. Acabado sus estudios de Magisterio lo encontramos en Sevilla estudiando lo que entonces se llamaba Filosofía y Letras, apoyado por algunas ventas y sobre todo en las becas que sus buenas notas le procuraban, de modo que en su taller de pintura no llegó en ningún momento a apagarse la luz. Y de Sevilla a Barcelona para estudiar Psicología en la Universidad Central de la ciudad condal. Acabados estos estudios inicia su vida laboral fuera de los pinceles, marcha a Madrid y trabaja para una empresa como psicólogo. Poco tiempo. La pasión por la pintura le lleva a dejar trabajo y seguridad laboral para marchar a París primero y a Londres después. Apostaba sobre seguro, ya por entontes vendía muy bien su obra. En este mundo de galerías, marchantes, exposiciones y museos tienes que saber muy con quién estás y cómo es aquel con quién estas, me confesaba el psicólogo sentados en una terraza al borde del mar. Al atardecer, claro.
«Niño, tú tienes que dedicarte a pintar por una razón muy simple, porque eres muy bueno»
La carrera de Enrique Romero empezó con esta firma siendo un niño, para pasar a la más escueta de Santana siendo todavía joven, hará unos cincuenta años, cuando participó en una colectiva en la tan ligada a las Bellas Artes ciudad de Ayamonte. Dos figuras más que relevantes en el panorama artístico de aquella época, los pintores Manolo de la Corte y Mateo Orduña Castellano, se encuentran con la pintura de Santana en aquella exposición e indagan sobre el lugar de residencia del pintor. Informados por los responsables de la colectiva ayamontina, de su lugar de residencia, ambos artistas e intelectuales van directamente a su casa con un nítido y único mensaje: «niño, tú tienes que dedicarte a pintar por una razón muy simple, porque eres muy bueno».



Y ahí, con toda seguridad nos ha contado en más de una ocasión Enrique Romero Santana, se inicia un cambio de guion que resultaría en un fecundo periplo con parada postrera en los más importantes museos y galerías de arte del mundo. Enrique Romero Santana, no lo vamos a descubrir ahora, es toda una referencia en los circuitos internacionales del arte. Ahora, como les estoy contando, ha decidido volver a una tierra que, según él, y ahora me lo dice riendo abiertamente, es la ideal para envejecer. Las personas como Enrique Romero, o como Santana, ese su apellido materno tan lepero, que es como se le conoce y reconoce ahora, saben entender el sentido de las cosas y medir los tiempos. Entienden la vida quienes son artistas como si de un lienzo se tratara, dibujando con minuciosidad cada paso, sin dejar el más mínimo resquicio al error. Su vida es como sus cuadros, de una perfección irreal y sentida. Pura sensibilidad y amor por lo bien hecho.
«La vida te lleva a donde quiere», me comentaba contemplando el arrullador sonido de las olas rompiendo, ya rendido el mar, a nuestros pies. «Tú debes limitarte a observar los molinos de viento para ver por dónde te viene el aire y obrar en consecuencia», continúa hablando más consigo mismo que con quienes están a su lado. Calla y entonces le pido que me resuelva la ecuación de lo ocurrido a partir de la visita de Orduña y De la Corte. Pues que me trajeron a exponer en la recién inaugurada Casa de Cultura o Biblioteca Pública Provincial, me relata, en una hermosa sala hoy desaparecida tras su renovación, con amplias cristaleras con vistas a la Gran Vía, a los paseantes, a los personajes que no tengo en mis cuadros, sino que son aquellos a los que pretendo ofrecer mi pintura. Y es cierto, en la pintura de Enrique Romero Santana pocas veces aparecen figuras. Tan sólo cuando es necesario para mostrar la hermosura de una profundidad o los sentimientos que subyacen en las geometrías tan atractivas que nos ofrecen las ciudades que han pasado por los pinceles del pintor lepero.
«Tengo un cuadro de una gran avenida en Nueva York en la que aparece un solo personaje al fondo, lo puse allí para mostrar la soledad de una gran ciudad»
«Tengo un cuadro de una gran avenida en Nueva York en la que aparece un solo personaje al fondo, lo puse allí para mostrar la soledad de una gran ciudad, y en otro lienzo dos personas parecen abandonar un edificio para dirigirse a una luz declinante en el atardecer». Con Santana, el atardecer, ese atardecer que ahora asegura pintar cada vez más tarde, siempre está presente. Sunset se llama su última propuesta (2).



Nunca he dejado de vender. Ni de pintar ni de vender. No es extraño que se confiese así, sin tapujos, un artista con una obra tan meditada y tan medida que se ha sabido apreciar por coleccionistas y expertos de todo el mundo. Tiene cuadros que empezó hace años y que aún no tiene acabados. Y esto me recuerda a Juan Ramón y a sus piezas nunca acabadas, a sus poemas continuamente en revisión. De vuelta a los recuerdos Enrique Romero Santana me comenta su fugaz periplo madrileño tras acabar su licenciatura de Psicología en Barcelona, sus posteriores estadas en París y su llegada a Londres en unos tiempos en los que no paraba de pintar. Ni de vender. Debe entender el lector que el artista emplea mucho, muchísimo tiempo, en dar por acabada una obra. Sus pinceladas, salidas del alma, son ejecutadas con asombrosa precisión.
Ves un mar revuelto, ahora confiesa que el cuerpo le pide acercarse a mares más calmos, y en un salpicar de la sal puedes ver varias pinceladas chocando en aparente caos, pero cada una en su preciso y justo lugar. Es esa búsqueda de la precisión, plena de sentimiento, pintada a corazón abierto, lo que le ha llevado a ser una referencia en el mundo del arte, y desde bien joven. Galerías de toda Europa se lo disputaban antes de marchar a los Estados Unidos. Bruselas, Milán, Brescia, Lovaina, Düsseldorf, Berlín… y por supuesto París, Madrid, Barcelona o Londres, donde residió más tiempo antes de acabar en los Boston y luego en Chicago, en un país al que llevó un realismo que cautivó desde un primer momento a marchantes y galeristas. De nuevo la aceptación.
«El norteamericano está acostumbrado a un realismo sin más, a unos estilos fríos», me apunta, «cuando le ofreces alma y pasión en tus pinturas, lo cautivas sin remedio». Y tú, siempre de frente al mar, le digo con la mirada puesta en el leve sonar de las olas que siguen rompiendo en la orilla al tiempo que el atardecer, va alcanzando el momento ese en que ahora Enrique Romero Santana tiene necesidad de pintarlo. «Sí, el mar, la luz última, cada vez pinto los atardeceres más tarde», susurra por toda respuesta, y después gira su mirada hacia mí y muy serio me confiesa que el mar siempre lo tiene en su cabeza y en su corazón.
«Si pintas del natural y te limitas a reproducir lo que ves, te dejas atrás el sentimiento, que es lo más esencial»
«Si pintas del natural y te limitas a reproducir lo que ves, te dejas atrás el sentimiento, que es lo más esencial. Eso es un tremendo error. El mar lo pinto de memoria, sin el más mínimo apunte. Cuando el mar lo llevas muy dentro, sólo tienes que coger los pinceles y dejar que los sentimientos evoquen ese mar que todos soñamos. Mis mares no son realistas. Tiene una realidad«, continúa confesándose más que hablando conmigo, pero es »una realidad interior que no es la que ven los ojos, sino la que sientes. Eso es lo que llevo al lienzo, sentimientos y pasión«.
Una manifestación emocional, la ciudad y los ríos, el mar
Le pregunto entonces por los edificios, por los volúmenes tan bien tratados, y me corrige de inmediato. «Geometrías, son geometrías y son algo diferente, aunque en realidad siempre pinto, interpreto, lo que me rodea. Mira, cuando llegué a Chicago me quedé prendado del lago Michigán. No lo podía dejar de ver, de admirar, a todas horas. Lo tenía, como la ciudad, asomado a las cristaleras de mi casa, que era también mi estudio. De modo que empecé a pintarlo, como ahora pinto el mar en La Antilla. Igual. Y del lago pasé a los edificios, a las geometrías que la luz y las sombras tanto me cautivaron en esa ciudad«. Es una manifestación emocional, la ciudad y los ríos, el mar. Todo es producto de una emoción. Enrique Romero calla y entonces le demando que me explique lo de la ausencia de personas, como ya les he relatado antes, y me responde que «no hay personas porque es una geometría alterada para crear una realidad en la que solo caben personas en momentos muy precisos, cuando son necesarios para definir un rincón determinado, como referencias, pero casi nunca son precisos los personajes», concluye.



Es la interpretación de la realidad a través de la emoción lo que intento reflejar en mi obra. Y creo que todo esto es en lo que han coincidido los expertos y los que gustan del arte, quienes entienden y en consecuencia aman la pintura, esto es lo que más valoran, y además es lo que me puede distinguir de otros paisajistas, la emoción de lo real, no la realidad sola, de ahí la aceptación de mi discurso y que haya podido tener éxito. «En los Estados Unidos estoy absolutamente convencido que esto es lo que les cautivó. Para un andaluz la emoción, lo emocional es lo más importante y esto es justamente de lo que está ávido el norteamericano, de emociones que le expliquen cómo es la existencia humana, lo que está fuera de la realidad de todos los días. Por eso te digo que mis mares, como mis propuestas geométricas de la ciudad, son irreales, porque no están copiadas de la realidad, sino construidas a partir de lo más profundo de mis sentimientos«. El mar, un edificio… sigue hablando y pensando Santana a un tiempo, se corresponden con la visión que tengo de ello. Son situaciones, insiste, emociones que no necesitan nada más. »Pinto esta luz postrera que estoy viendo estallar en la cal de esta construcción que tenemos detrás, y ya no necesito pintar ni a personas ni a mobiliario alguno. Es la visión del espectador, de quien va a ver luego la obra, lo que me importa. Los personajes no están dentro, sino fuera, son el objeto último de la pintura que hago. Los personajes como protagonistas. Los ojos que miran. Y dentro del cuadro la luz…« esta luz que ahora nos envuelve, eso es lo que verdaderamente me importa. »Si pinto algo, es la luz. Esta luz que nos acoge, que nos acuna, que nos mima«.
Empieza a caer el relente. He visto a Enrique y a John a su lado cruzarse los brazos mientras la luz última de la tarde les acaricia. Hace frío, les digo. Me levanto, nos levantamos, y paseamos junto al mar. Las olas siguen rompiendo suavemente a nuestro lado. «¿Las oyes?!, me pregunta con una sonrisa Enrique. A su lado, John, sonríe también. Vaya pareja. Ahora van a ampliar la galería que tienen en la calle Real de Lepe, en la Casa de la Notaria. Cuatrocientos metros cuadrados más para recibir a jóvenes que quieran iniciarse en el emocionante mundo de las bellas y atormentadas artes. No paran. ¿Oyes el mar?, me vuelve a preguntar. No le contesto, le sonrío, tal como hace él, que me mira cómplice, sabedor de que compartimos algo más que pasión por la pintura. Y las oigo, a las olas del mar, dejando un murmullo eterno, infinito, sobre la arena. Las oigo. Y las siento.
Notas al pie
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(1) Un voraz incendio destruyó la ciudad rivereña del lago Michigán en 1871, lo cual movió a las empresas constructoras y al propio estado norteamericano, a contratar a los más prestigiosos arquitectos de la época, resultando una nueva ciudad, que como ocurriera con la Nova Roma de Nerón devino en una referencia de la arquitectura más moderna de su tiempo, arte funcionalista definido por grandes rascacielos, el uso del acero, el refuerzo de la cimentación o el uso de materiales ignífugos, todo lo cual llevó a que la ciudad diera nombre al movimiento arquitectónico conocido como La Escuela de Chicago.
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(2) Sunset estará en la Sala de la Provincia, Gran Vía de Huelva y en horario de mañana y tarde, hasta el día 14 de diciembre. Luego se colgará en la John Holland, en la calle Real de Lepe, donde galerista y pintor estarán encantados de recibirles, amables lectores, desde el 18 de diciembre y hasta después de Reyes.