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Manuel E. Ramírez Vega, pintor de los adentros: «Quiero retratar figuras y almas»

Ha construido un universo pictórico con un estilo propio, fruto de la observación y la reflexión, donde busca plasmar en el lienzo no solo formas, sino emociones y pensamientos

Pintor por vocación, su vida se mueve entre el arte y la comprensión del alma humana, dos facetas que se entrelazan en cada una de sus pinceladas

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Bernardo Romero

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Sevillano de nacimiento y criado o, como se suele decir, recriado en Trigueros, de donde es toda su familia. Aquí, en su pueblo, fue donde aprendió los primeros rudimentos de la pintura, aunque en el colegio ya apuntaba maneras, pero la enseñanza más intensa fue desde la cuna, y no es esto un tópico que se suele adjuntar a las biografías de los grandes pintores, sino que fue su padre, también pintor, quien le introdujo y le transmitió el necesario amor para caminar por el universo de las bellas artes. Con estos instrumentos, materiales y espirituales, ha llegado a crear un estilo propio, a tener unas maneras sostenidas por un exquisito domino del dibujo y una visión del color y la composición que sabe adaptar a los sentimientos que palpitan en toda su obra. El resultado es la creación sobre el lienzo de auténticos tratados psicológicos de personajes de su entorno o anónimos, gente a la que ve pasear, charlar en un banco o estar indolentemente tumbados al borde de una piscina. De sus maneras y sus modos, también de su intención al coger los pinceles hablamos con un profesional que al margen de la pintura ejerce en un centro de salud mental, como modus vivendi, pero también por ese amor y esa ligazón que tienen con quienes le necesitan.

- ¿Explícanos cómo un sevillano se viene a Trigueros, o al revés, como un triguereño fue a nacer en Sevilla?

- Mis padres son de Trigueros, pero mi padre trabajaba en Sevilla, de modo que allí estuve toda mi infancia y mi juventud, pero los fines de semana nos veníamos siempre al pueblo, de modo que mi vida, mis amigos, mi entorno, siempre ha estado en Trigueros.

El pintor en su estudio, observado por su gata

- Esas son las ventajas de la emigración de cercanías.

- Ahí va. Ya después, cuando acababa de cumplir los dieciocho nos pudimos venir todos definitivamente al pueblo. Y estando ya aquí me hice auxiliar de clínica para a continuación realizar estudios de anatomía patológica.

- ¿Con el doctor Nicolaes Tulp?

- No, a pesar de que me encanta Rembrandt, Ámsterdam me caía muy lejos y lo hice en la Universidad de Huelva. Quise volver a Sevilla, estudiar en la Escuela de Bellas Artes, pero encontré trabajo, de modo que preferí seguir pintando en mi estudio porque además tenía al lado a mi padre, que me seguía enseñando. En realidad, no tenía sentido dejarlo todo para matricularme en Bellas Artes.

- Tus recuerdos de infancia y juventud deben oler a óleo y trementina

- Y los de ahora. Mi padre siempre ha pintado y lo sigue haciendo. Además, siempre tuve acceso a libros de arte, a los cuales sigo acudiendo con devoción, e intento

«Es fundamental conocer lo que hacen otros pintores para definir mejor tu lugar, tu manera, tu estilo»

acudir a todas las exposiciones de mis colegas, o visitar museos. Es fundamental conocer lo que hacen otros pintores para definir mejor tu lugar, tu manera, tu estilo. Me encanta perderme en un museo y procuro ir a todas las exposiciones que puedo. Así ha sido el complemento de mi propia escuela de arte, con mi padre y siguiendo sus costumbres. El me enseñó a manchar un lienzo, a deslizar el pincel por la tela y hasta a sostener la paleta.

- ¿Sueles hablar de pintura con tu padre?

- No demasiado. Somos parecidos en lo que se refiere al carácter, somos personas en teoría muy serias, pero yo soy más madrero. Creo que soy muy reflexivo en el proceso creativo, de ahí que no hable ni con mi padre, ni con mi pareja, ni con mis amigos. Procuro no hablar de pintura. Ya tengo bastante con las horas que echo en el estudio, en una soledad respetada por todos, incluso por mi gata, que siempre está

«Mi vida es mi pintura, trabajo por la pura satisfacción de pintar, de crear, pero cuando salgo del estudio, no quiero hablar de pintura»

conmigo, sube al estudio y me observa. A veces le pido opinión, a ella sí. Y la siento responder, o sueño que ella me responde. Tampoco nos vamos a volver majaras ahora, es como hablar conmigo mismo. Mi vida es mi pintura, trabajo por la pura satisfacción de pintar, de crear. Cuando salgo del estudio, no quiero hablar de pintura. De hecho, ahora estamos aquí, viendo cuadros y hablando de arte, pero cuando bajemos, seguro que estaremos hablando de otra cosa.

- ¿Y tus hermanos siguieron la misma senda?

- Pues no. De los tres hermanos ninguno ha sido abducido por las artes. En cambio, yo he seguido los pasos de mi padre, que sigue pintando con sorprendente habilidad a sus ochenta años.

'La joven que mira'

- Tardaste en realizar tu primera exposición, ya con veinte años cumplidos, ¿vivías ajeno al mundillo del arte o te envolvía cierta inseguridad?

- Delante de una superficie sobre la que pintar estoy siempre seguro de lo que hago, en caso contrario no podrías hacer nada. En cuanto al mundillo artístico, sí que tuve contacto con algunos artistas instalados en Trigueros y además de primerísimo nivel. En primer lugar, Juan Manuel Seisdedos, nada menos, a quien tuve ocasión de conocer hace un montón de años. Un gran pintor y una gran persona. En su taller estaba Ernesto Walls, que desgraciadamente falleció muy joven. Ernesto era un artista enorme, un gran escultor. Él fue quién me llevó al estudio de Seisdedos en la antigua fábrica de harina de la calle Bojeo. Además, por aquellos años vino a instalarse en Trigueros Fernando Serrano, que se trajo la galería que tuvo primero en Moguer, pero por razones de espacio se trasladó al parque empresarial del Molino de Viento. Alguien le habló de mí y se interesó por mi obra, vino a mi estudio y ahí empecé a pensar que lo que hacía no debería estar mal. Pero antes ya había expuesto en Trigueros, en el convento, y en El Ambigú, un lugar por el que circulaba mucha gente con inquietudes culturales, allí ensayaba la Banda del Ambigú y allí fui a colgar mis cuadros. Pero realmente la primera exposición fue en Huelva, en el 1900, un local del que me habían hablado que tenía una intensa actividad cultural, así que me presenté allí, le propuse exponer y todo fueron facilidades, es una gente estupenda. Después vino la exposición que hice en el Convento, en Trigueros. Conservo cuadros de aquella época, de hace ya treinta años o más, y me sorprende la libertad del trazo, la soltura que ya tenía siendo un jovencito que quería ser pintor.

- Fueron precisamente Juan Manuel Seisdedos y Fernando Serrano, cada uno por un lado, los que me pusieron sobre tu pista. Recuerdo haber ido a ver lo que hacías entonces, en la galería de Fernando Serrano, y efectivamente, coincido con la opinión de ambos, de él y de Juan Manuel. Los dos me dijeron lo mismo: hay un chaval en Trigueros que pinta como Velázquez

- Hombre, eso son palabras mayores, pero a Velázquez lo tengo estudiado como a muchos otros grandes de la pintura. Si te gusta pintar, si te gusta la pintura en general y la de los grandes por supuesto, tienes que buscarlos, admirarlos, escrutarlos para aprender todo lo posible. Son mi pasión. Todos, Velázquez o este del que me recordabas un cuadro excepcional, Rembrandt. Todos.

- Entras en contacto con la galería de Fernando Serrano y a partir de ahí vinieron exposiciones y premios, una lista enorme. ¿Tienes algún recuerdo especial de alguno de ellos?

- Claro, de todos. Que te distingan, aunque sea con un accésit, te anima, te lleva en volandas, pero si he de destacar alguno, te diría que el que obtuve en Alcalá de

Recuerda el premio que obtuvo en Alcalá de Guadaíra: «Me quedé mirando al jurado con los ojos muy abiertos y, prácticamente, les pedí explicaciones. Reconocieron que había muy buena obra en general, pero la mía era diferente»

Guadaíra y por varias razones. En primer lugar, porque cuando estuve viendo lo que había llegado al concurso, no creí que tuviera la más mínima opción. Pero en segundo lugar fue la tremenda sorpresa que me llevé, hasta el punto de que cuando el jurado me comunicó el premio, me quedé mirándolos con los ojos muy abiertos y, prácticamente, les pedí explicaciones, quise saber cómo es que me habían premiado a mí. La respuesta fue contundente, reconocieron que había muy buena obra en general, pero la mía era diferente. Me quedé con ese detalle, y entendí que había ido modelando un estilo una marca propia.

- ¿Era un retrato?

- Qué va, eran las azoteas de Trigueros, que tú recordarás porque escribiste de ellas. Eran unos cuadros resueltos con pocas pinceladas y necesariamente con mucho estudio, con mucho boceto previo. Había gente muy buena concursando, pero el jurado vio una obra en la que adivinaron algo diferente, lo cual entendí como que ya había conseguido un estilo mío, propio. Esto es muy interesante y a mí me encantó aquella respuesta, y más teniendo en cuenta que hice la pregunta muy en serio y podrían haber pensado que estaba enfadado por haber ganado, pero no, me contestaron con sinceridad. Diferente, dijeron.

- Una serie magnífica la de las azoteas. Las recuerdo perfectamente. Casi colores planos y al mismo tiempo mucha profundidad y una atmósfera limpia, todo encajado a la perfección, un ritmo piano, pianissimo diría yo. Magníficos estudios. ¿Te inspiraste en algún pintor?, porque aquello, para mí, era como la fusión de Hopper con Carmen Laffón, en una serie que recuerdo de azoteas de Sevilla, supongo que de los años setenta, porque yo andaba por allí entonces.

- Eso es un halago más de los muchos que me has dedicado en tus críticas, pero no, nunca me fijo en un artista concreto, sino en todos, así busco mi manera, mi estilo propio. Para mi pintar es estar delante del lienzo, obviamente, pero también meditar, estoy siempre observando lo que hacen los demás y lo hago para nutrirme, pero con el lápiz y el pincel en la mano estoy pensando, pensando, dándole vueltas a todo para llegar a mis propias conclusiones.

'La costurera'

- Pintar es un ejercicio intelectual

- Efectivamente. Ahora estoy haciendo figuras, gente corriente o gente cercana a mí, pero lo que pinto no es simplemente buscar un parecido o que estén cuidadosamente instalados en el cuadro. Más allá de las formas externas lo que busco son los interiores de esos personajes. Busco el palpitar, los adentros de esas personas. Sus sentimientos más íntimos, su desazón o su alegría, sus preocupaciones o sus propias meditaciones, en realidad son algo así como metarretratos. Quiero retratar figuras y almas.

- Con esa pasión y esa determinación podrías continuar la serie de Inocencio X

- Sí (risas), pero ya le sacó las entrañas Velázquez y Bacon lo acabó de rematar. Es tremenda la interpretación que hace uno, que lo presentó delante del mismísimo santo padre, que al ver aquella pintura exclamó aquello de troppo vero, demasiado real, y lo que haría el otro, siglos después, que tengo entendido que se arrepintió de haber trabajado sobre la idea velazqueña. En todo caso son dos cuadros absolutamente asombrosos y será mejor que todo quede ahí. Pero la idea es buena. En el fondo (más risas).

- En cuanto a estilos pictóricos, ¿qué preferencias tienes?

- Siempre me ha seducido el impresionismo. Soy consciente de que, si alguien ve lo que estoy haciendo ahora, dirá que eso no es posible, pero en realidad lo que tomo es la esencia de aquel tiempo, de esos pintores que se atreven a subvertir lo que hasta entonces reinaba para buscar lo que te produce la pura contemplación de un paisaje o de una figura humana. A partir de estas ideas he ido sintetizando, buscando una poesía tonal acorde con esos sentimientos pictóricos, sin aspavientos, una lírica muy sucinta. Quiero decirlo todo, expresarlo todo, con lo mínimo.

- ¿Y ahora con qué andas liado?

- Sigo indagando en el interior de situaciones y vivencias en las que la figura es el centro de todas las reflexiones. Siempre la figura humana, intentando buscar el alma con lo mínimo. No quiero virtuosismo ni hiperrealismo, para eso está la fotografía, yo soy muy de mirar, de escrutar y ver la magia de una sombra o de un fondo. Decir todo con lo mínimo para que el observador, el espectador pueda sentir el pulso de lo retratado.

- Un ejercicio complicado

- Ya lo creo, por eso borro tanto y quito tanto. Busco la personalidad del retratado y

«Busco la personalidad del retratado y cada pincelada está en el lugar justo en el que debe estar. Una pincelada lo puede cambiar todo. Un cuadro es un equilibrio muy frágil, como la mente de las personas»

cada pincelada está donde debe de estar, en el lugar justo en el que debe estar. Una pincelada lo puede cambiar todo. Un cuadro es un equilibrio muy frágil. Es como la mente de las personas. Rompo y borro muchas veces, soy muy inconformista. A veces mis amigos o María del Mar, mi pareja, suben al estudio y me dicen que está muy bien, que ya está. Esto ha salvado a más de una pintura.

- ¿La pintura, la creación artística, es un estado de ánimo?

- El ejercicio de crear, como todo, nos llega desde el alma, que es la mente, las miles de conexiones microscópicas que tenemos en el cerebro. El corazón es solo un músculo. En la mente es donde reside el estado de ánimo de una persona. La mente es extraña y poderosa, y esto es lo que vivo a diario. La pintura es, realmente y como tú dices, un estado de ánimo. Pinto lo que veo, lo evidente y lo que no lo es tanto. He pasado de los paisajes abiertos, de las azoteas y los horizontes abiertos, a unos lienzos más cerrados, centrados en los personajes. Al fin y al cabo, la pintura, tu obra, discurre paralela a tu propia vida.

Acabamos hablando de las Metamorfosis de Ovidio, la obra que leyeron y estudiaron Velázquez, Tiziano o Rubens, repasamos cómo soñó el poeta romano que fue la creación de la Tierra, de los mares, de los cielos y del hombre, al que dieron forma los dioses y en los que él intenta sacar sus sentimientos, su pálpito. Manuel Enrique Ramírez Vega vive para la pintura, y lo hace de forma sencilla, austera. Trabaja para la Fundación Andaluza de Integración del Enfermo Mental, de cuidador en pisos de acogida, aunque él prefiere decir que de compañero de piso de los pacientes. Un trabajo que le ha dado mucho, se sincera, a la hora de crear. La mente es extraña y poderosa, me ha dicho, y con ella nos envolvieron los dioses para distinguirnos de los animales, quizás por eso nos cuenta Ovidio que fue una tarea que se reservaron los dioses para el final.

Dejamos el estudio y mientras bajamos por la escalera, la gata, desde el descansillo nos mira. Se queda allí, porque sabe que en cuanto se vaya el extraño, Manuel volverá al estudio, a la paleta y a radiografiar el alma de todos los personajes, extraños o cercanos, que circulan por sus lienzos.

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