'El Rompido 77. Los niños salvajes': Las pequeñas y universales historias de la infancia

José Ramón Andikoetxea Rodrigo, 'Andi' rescata en un libro los recuerdos de sus aventuras infantiles en El Rompido

Señala que «he tratado de recuperar y rescatar mis ojos y mi cabecita de niño y traerlos con un punto de vista emocional y cómico»

«Me he encontrado con la agradable sorpresa de que un relato que creía muy personal y particular es universal», destaca

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José Ramón Andikoetxea, 'Andi', en la presentación de 'El Rompido 77. Los niños salvajes' en La Yerkería H24
Mario Asensio Figueras

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En 1977 José Ramón Andikoetxea Rodrigo, 'Andi', tenía 8 años y no sospechaba lo más mínimo que su yo del futuro iba a hacer públicas todas sus andanzas en un libro: 'El Rompido 77. Los niños salvajes' (Editorial Niebla). De haberlo sabido quizás se hubiera ahorrado alguna gamberrada, como la que desembocó en el encuentro con la Guardia Civil que aún recuerda toda la familia. O muy al contrario hubiera perpetrado premeditadamente una travesura con mayúsculas para la posteridad.

Pero como envueltas en ámbar, las historias vividas quedaron como estaban sin esperar el rescate posterior. Un buen puñado de años más tarde, en un ejercicio de arqueología emocional, con pelos y señales, las palabras reviven una etapa cargada de inocencia, exploración y autenticidad.

«He intentando reflejar ese niño pequeñito y me he visto como más pequeño todavía»

José Ramón Andikoetxea

Autor de 'El Rompido 77. Los niños salvajes'

«He tratado de recuperar y rescatar mis ojos y mi cabecita de niño y traerlos con un punto de vista emocional y cómico», declara a Huelva24.com José Ramón Andikoetxea, que considera que «he intentando reflejar ese niño pequeñito y me he visto como más pequeño todavía».

Se recuerda como «un niño muy pequeño y enclenque». Expone que «los que consideraba mis iguales me rechazaban», quizás porque hacía «cosas no propias de mi edad como ponerme a investigar con 12-13 años». Además se acercaba a las chicas «y tenía un rechazo por respuesta que me causaba dolor».

«Era un niño muy travieso y parlanchín, pero también tenía el punto de pararme y mirar a mi alrededor, como sigo haciendo a día de hoy»

Sigue trazando su perfil y reconoce que «tengo buena memoria. Era un niño muy travieso y parlanchín, pero también tenía el punto de pararme y mirar a mi alrededor, como sigo haciendo a día de hoy». Y es que «para escribir todo lo que he escrito lo más importante es escuchar. He trabajado la memoria y me lo he pasado muy bien recordando».

Un retrato colectivo

Lo que parecía una mirada intimista, particular, cargada de nostalgia y curiosidades, ha resultado ser además un retrato fiel de la primera etapa en la vida de toda una generación. Niños y niñas con el germen de su personalidad dentro de una materia sensible que puede salir para cualquier lado.

En las tres presentaciones que he tenido del libro hasta ahora, en El Mosquito de Punta Umbría, el faro viejo de El Rompido y este jueves en La Yerkería, en Huelva capital, Andi se ha encontrado «con la agradable sorpresa de que un relato que creía muy personal y particular es universal». Lo ha comprobado gracias a lo que le han ido contando otras personas. «En la puesta en común que he ido invitando a hacer con sus propias experiencias he comprobado que todos tenemos historias muy parecidas y divertidas».

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El salto hacia la infancia de cada uno, mayoritariamente podría aterrizar en uno de esos largos veranos que parecían una vida repleta de aventuras. El sol, la arena, la comida, las bicicletas, los amigos y el tiempo sin reloj son las constantes de una rutina tan repetitiva como abierta a encajar siempre algo nuevo. A esas edades hay tantos descubrimientos como días.

En los capítulos de 'El Rompido 77. Los niños salvajes' se narra la hora de la siesta y la digestión, de la que era «un ayatolá» su padre, o cómo daban besos a las visitas, las salidas para hacer «burradas» con la bici, la navegación hacia la otra banda para coger cangrejos, la búsqueda de higo o almendras. En sus expediciones no había móvil ni geolocalización y «el sol era nuestro reloj», recuerda.

Al atardecer se ponía el fin a horas en las que caminaban sin parar. «Las plantas de los pies eran como de hierro, incansables e indestructibles. Te quitabas los zapatos el primer día del verano y te los volvías a poner el último», resalta.

Cada historia busca contar «el lado amable, revoltoso, salvaje de entonces, como todos los niños de esa época, pero siempre su punto de humor. De repente te tratabas con los mayores pero les buscabas las vueltas para ser más listo que ellos».

La gamberrada más gorda

Dentro de que, como reconoce Andi, «me pasaban mil cosas», entre la amplia colección de recuerdos plasmados en el libro, tiene muy clara la gamberrada más gorda que protagonizó y que además «tuvo repercusiones».

Cuando tenía 10 años construyó con uno de sus hermanos y otro amigo una cabaña en medio de los lentiscos donde «guardábamos nuestros tesoros». Por allí había «una máquina arrumbada de la que cogimos unos hierros. Alguien se chivateo y resulta que la máquina no era tan inútil y lo que nos llevamos era parte del rastro de un pesquero. Nos denunciaron y vino la Guardia Civil a mi casa».

«Me pusieron una multa que pagué quedándome sin paga todo el verano»

Tiene nítido el momento en el que le recogió su tío en la taberna Los Tres Hermanos, junto al mercado de Santa Fe, y «me puse malo en el camino cuando me preguntaba que qué había hecho, con ganas de chinchar y humor. Me pusieron una multa que pagué quedándome sin paga todo el verano. Mis padres me dijeron que iba a aprender bien la historia. Fue histórico y en mi casa todavía se sigue recordando». Dice en su descargo que, al margen de esta inolvidable situación, «lo demás eran travesuras».

También tiene recuerdos más adentrados en la adolescencia, como cuando iba a la «histórica» discoteca 'La Cabaña', donde vio a unos «novatos súper cachondos Pablo Carbonell y Pedro Reyes» y al grupo Barra Libre, donde fue vocalista el mítico Silvio Fernández Melgarejo, al que vio caerse bajo los efectos del alcohol.

El Rompido como constante

En todas esas historias, como constante telón de fondo, como un personaje más, está El Rompido, que «ahora no tiene nada que ver con lo que era pero conserva aún cierto encanto». Ya no llega la gente de Cartaya en burro para vender fruta, pero siguen en pie un puñado de casas que dan testimonio callado de otros tiempos.

Una de ellas es la de la familia de Andi, que veranea en El Rompido desde que tenía 2 años (1971) en la casa que aún sigue siendo el lugar de reunión de su parentela. «Mi abuelo era práctico del Puerto de Huelva y en la zona de los pescadores compró una casita antigua que tenemos todavía, enfrente de lo que fue la casa de la francesa, que pasó a ser un pub misterioso y ahora es un restaurante».

La chispa adecuada

Sobre la chispa que encendió las ganas de plasmar negro sobre blanco su niñez, Andi explica que este mismo año brotó en la presentación del libro de la escritora Dolo Vidosa 'Cuando todo era arena', en el que realiza una remembranza de su infancia en Punta Umbría. «No puedes impedir que tu cabeza empiece a volar y tal y como la escuchaba, esas aventuras que he contado mil veces venían a mi cabeza. Como en un estilo de escritura automática me puse como un poseso a escribir y sacar historias y todo lo fui hilvanando», asegura.

El también autor de los dos exitosos volúmenes de 'Huelva choquera y tabernera' está «muy agradecido» a la editorial Niebla y a su director, Rafa Pérez, en particular; al Ayuntamiento de Cartaya y la biblioteca, así como a Juan Ruiz Acevedo, por su apoyo para redondear esta obra.

«Para mí ha todo ha venido con pellizquitos en el corazón. Con algunos recuerdos que te pueden inquietar y también mucha alegría le fui dando forma», comparte el escritor, que destaca que «el libro iba fluyendo solo. Me empujaba a sacar mis propias experiencias». Ahí están «las alegrías, los sinsabores, las peleas y en la adolescencia la parte de no ubicarte ni reconocerte física y psicológicamente, la búsqueda de la identidad».

Las raíces de esa identidad, ahora tan clara y vocacional, se resume visualmente con el álbum de fotos antiguas de El Rompido y de Andi cuando era pequeño, que conforman «una galería fotográfica simpática» capaz de terminar de hacer aflorar una lagrimita simultaneada con una sonrisa en cualquier persona que siga llevando dentro un niño salvaje.

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