encuentros con gente de aquí
Jarcha y otras cercanías en Inés Romero
Hasta quienes no vivieron aquellos agitados años saben hoy canturrear 'Libertad, sin ira, libertad...'
En su familia menudeaban artistas de los de andar por casa pero que han llegado a rotular rincones entrañables de su Valverde del Camino natal
Jarcha, Medalla de Andalucía
Los mares irreales de Enrique Romero Santana

Sentada en un banco de la plaza Niña, Inés Romero recuerda los tiempos en los que Jarcha era toda una referencia en el panorama musical español. Unos tiempos complejos en los que no todos supimos leer lo que entonces tocaba. Ellos, un grupo de amigos, muy unidos por el amor a la música, a las cosas bellas y a las raíces, hicieron aquello que sentían que tenían que hacer, llamar a una libertad sin ira, a unas ansias de libertad que, pasadas ya casi cinco décadas, hemos comprobado cuan necesario fue aquello de transitar desde un régimen dictatorial a un modelo democrático formal, buscando a través de la paz, del entendimiento y la comprensión de otras posturas por muy distintas que fueran, el bien común. Eso fue la transición y eso fue la construcción de un estado democrático y la aprobación por parte de la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles de una Constitución que fue modelo a seguir en distintos países y latitudes.
En aquel convencimiento y en su banda sonora estuvo el grupo onubense Jarcha, que hasta quienes no vivieron aquellos agitados años, saben hoy canturrear o, por mejor decir, tienen sus coplas en sus bocas. Y así, cada año por estas fechas, se vuelve a escuchar aquello de… libertad sin ira, guárdate tu miedo y tu ira porque hay libertad, sin ira, libertad. Y si no la hay, sin duda, la habrá.
Inés Romero, que era voz solista en un coro de su pueblo con ese escaso bagaje, se unió a Jarcha. Al arte no era ajena, pues en su familia menudeaban artistas de los de andar por casa pero que han llegado a rotular rincones entrañables de su Valverde natal, en su pueblo. Presume Inés Romero de unos orígenes familiares que transitaron del oficio de barbero al de practicante, profesión que hoy mantienen dos hermanas enfermeras de esta andevaleña inquieta, con la que tuve la suerte de trabajar durante tres inolvidables años en el gabinete de prensa de la Diputación, donde aprendí no solo de la profesión, sino de las cosas de la vida. Algunas mañanas se plantaba delante de mi mesa, me señalaba con el dedo y me decía, hoy hace un sol estupendo, así que vamos a ir a comer a El Rompido. Ella era la jefa y siempre pagaba. Normal, siempre ha habido un escalafón y un rigor en las formas para que todo funcione como un reloj.
Estuve tres años a sus órdenes y nunca tuvo un mal gesto ni siquiera un reproche cuando hacía algo mal, porque los errores los aprovechaba Inés para explicarte cómo se podían hacerse las cosas bien, o mejor, y además con una sonrisa. Siempre positiva, buscando el lado bueno de las cosas. Y ahí está el resultado una diversa y fecunda carrera profesional, un camino de éxitos incompatible con el retiro o la jubilación, porque ahí sigue, ahora dirigiendo una productora audiovisual. El periodista no tiene horarios, me solía decir, son veinticuatro horas al día durante todo el año. Así era, y sigue siendo esta valverdeña valiente e imparable. Una mujer trabajadora full time que ha criado, y sigue, a dos hijos, sin incompatibilidades que valgan. Uno en Madrid brillando en los campos de la ingeniería, y otra, la siempre pequeña Alba, a su vera, un verso suelto, suele decir Inés, una niña divertida que desarrolló una epilepsia severa tras una vacuna que la hizo dependiente, y ahí está, al cuidado de toda la familia y al abrigo y el amor de toda una cohorte de amigos a los que suele reunir Inés con frecuencia en su casa para celebrar lo maravillosa que es la vida.
Dos maridos que en realidad son uno
También tiene maridos Inés Romero. Dos, aunque en realidad solo sea uno, porque tras separarse de Santiago Albert, se volvió a casar con él, tras un tiempo de reflexión y descanso. Descanso mental, porque ya les digo que en lo laboral Inés no para. Tras dejar de cantar y de rendirse al continuo trasiego propio de un grupo musical con tanto reconocimiento, ayer y hoy, como el de Jarcha, Inés se desplaza a la capital del reino, a la Complutense de Madrid, donde se licencia en Periodismo a principios de los ochenta, alternando estudios con trabajos en las principales cadenas de radio o en distintos periódicos de ámbito nacional, para regresar de nuevo a su tierra y, entre otras cosas, esta alma inquieta realiza un máster en Gestión de Medios Audiovisuales en la Universidad Internacional de Andalucía, entidad en la que acabaría ejerciendo un tiempo como profesora de Programación y formatos de televisión.
Para entonces ya era numeraria de la Academia de Cine de Andalucía, y participa en asociaciones de mujeres cineastas en la comunidad autónoma. El paso a Canal Sur, después de haber dirigido la comunicación en la poderosa AIQB, fue algo inevitable. Su presencia delante de las cámaras, le volvió a llevar a la popularidad, pero supo esconderse de nuevo detrás de las cámaras para hacerse un hueco en el difícil mundo de la producción audiovisual creando la productora Arrayás Producciones, con la que ha llevado a las salas de cine y a las cadenas de televisión un número considerable de películas y documentales.

Algunas cosas que les cuento las extraigo de su imponente currículo, y las más, o al menos las más emocionales, las tengo en los recuerdos y en las charlas que de vez en cuando tenemos, como esta hermosa mañana de casi invierno en la que paseamos por la Gran Vía y recordamos el ajetreo cultural tan intenso que hubo en Huelva en los ochenta, los mentideros donde nos reuníamos periodistas, artistas y políticos en lugares tan curiosos como el bar del sindicato vertical, el principal mentidero durante muchos años de una Huelva que ahora nos hace sonreír, sin ira por supuesto, a un pasado que compartimos en los últimos tiempos del periodismo más romántico y artesanal.
Una es periodista todas las horas del día y todos los días del año. No hay otra manera, me confiesa. Hace años que Inés dejó la profesión y sigue atenta a todo lo que le rodea, devora prensa y está siempre arrimada a una emisora de radio o a un canal de noticias de televisión. No se le escapa una. Lo tuyo es puro vicio, le digo. Entonces me mira, sonríe, mira hacia el frente, y me señala el vuelo de un pájaro, guiña los ojos y me certifica que eso también es noticia. Parecía que iba a posarse en una rama del ficus, pero se ha ido al alféizar de aquella ventana. Sus razones tendrá para haber cambiado su decisión primera, y eso es lo importante, lo que interesa al lector o al espectador, lo que el escuchante necesita, saber. Saber, que es cosa de sabios.

Hace años que dejó la profesión de periodista y sigue atenta a todo lo que le rodea; devora prensa y está siempre arrimada a una emisora de radio o a un canal de noticias de televisión
Los únicos caminos que conducen hacia la libertad donde reside la felicidad. Filosofa la valverdeña. Saber es lo que nos mueve, de ahí que Inés se quede un momento observando al pajarillo aquél, hasta que deja la ventana y continúa su vuelo libre por entre las ramas, ahora sí, del ficus enorme que nos da sombra y cobijo en la plaza Niña. Mira hacia la esquina donde estuvo la taberna de Joselito, antes de que la tiraran para hacer al bar que tuvo luego el bueno de José. Por allí pululaba la inteligencia de los setenta y los ochenta, recuerda. Había más poesía allí que en la Biblioteca Provincial.
Repasa entonces Inés Romero a todos los poetas que cantaron en Jarcha, desde Alberti a Blas de Otero, Miguel Hernández o Lorca, pero de entre todos se le ilumina la cara con el recuerdo de un poeta, quizás el menos conocido, pero seguro que sí el más humilde y generoso, Eduardo Álvarez Heyer, un poeta del que me habló de igual manera hace ya muchos años Juanjo Oña, otro de los integrantes de Jarcha en aquellos años y otro asiduo de un grupo de amigos al que une el teatro y la buena mesa, una pandilla genial de la que forman parte gente como César Corpa, que bautizó al grupo con el nombre de esa finalización popular de las moaxajas hispanoárabes, las jarchas con las que rubricar poemas populares y cercanos que siempre hablaban del amor. «Tanto amare, tanto amare, / habib tanto amare. / enfermeron olios nidios / e dolen tal male».
Al fin y al cabo, de qué consta la vida, sino de dar amor sin pedir nada a cambio. Inés mira al cielo azul por entre las ramas de los árboles, y me dice de nuevo, después de tantos años lo mismo que entonces, hoy hace un día estupendo para comer un pescaíto frito con un vino blanco, pero yo pago. Como siempre, maestra, como siempre, sé que no vamos solo a comer, sino a charlar de lo divino y de lo humano, y estaré igual de a gusto que siempre, y como siempre, aprendiendo a tu lado.