CRÍTICA DE 'El castillo de Lindabridis'
El encanto del mejor teatro
Espejo y luz del teatro actual, faro del celebrado recogimiento segoviano de Nao d'amores, se pudo ver y certificar que el buen teatro es atemporal
'El Castillo de Lindabridis', llega este sábado a Niebla tras ganar su directora el Premio Nacional de Teatro

La función del pasado sábado vino a iniciarse unos días antes, cuando la compañía se pone en contacto con la organización del festival iliplense para solicitarle que buscaran una docena de espectadores que quisieran trocar sus asientos en el graderío de la alcazaba por otros a bordo del mismo escenario, pegados a bambalinas. Es de suponer que ninguno de los interpelados rehusara la oportunidad de presenciar una función teatral de tanta enjundia teatrera como Nao d'amores. Y allí estaban, media docena a cada lado y la función en medio.
Delante, en la ventana principal quienes disfrutaron del espectáculo tal como comenta uno de los actores casi al final de la representación: qué suerte tener boleta para contemplar la función desde esa principal ventana. La suerte, empero, la tuvimos todos. La función podría calificarse de espectacular cuando es espectáculo lo que se ofrece. Y entretenida, de entretenimiento.
Si don Pedro Calderón de la Barca ideó esta fantástica comedia para entretener a SS.MM. los reyes don Felipe el cuarto y Mariana de Austria, su segunda esposa y madre del infortunado Carlos II, probablemente consiguiera su primer objetivo, el de consolidar la figura del monarca. Es de suponer que detrás de esta primera representación del endiablado castillo estuviera el valido Luis de Haro, sobrino del famoso Conde Duque de Olivares, su opositor político y su heredero de títulos, de cargos y distinciones. Ambos conseguirían su objetivo con esta obra, entretener a la corte, a los reyes y a sus aduladores, situados en un panorama político que, tal como hoy, estaba compartimentado y en tensión. Ambos, don Pedro Calderón de la Barca, antiguo soldado y en este momento hombre de iglesia, militaba en el mismo bando que don Luis de Haro.



La farsa representada en el palacio real en 1661 es un enredo que Ana Zamora, la directora y autora de esta versión ha seguido no con la intención de consolidar la figura del rey, pero sí con la de entretener al público, al de ahora, trayendo la fábula al presente.
En un principio Calderón de la Barca va a inspirarse en una pieza anterior de un autor poco conocido y menor reconocido aún, Diego Ortúñez de Calahorra, del que apenas esta pieza conocemos. Y al acudir Calderón a ella, al Espejo de príncipes y caballeros, está acudiendo al fantástico mundo de los caballeros andantes, que sabido es no fue el único ejemplo de tal empeño. A medio camino entre lo atrabiliario y el suave encanto del amor se nos aparece esta comedia que nos lleva al medievo desde una óptica renacentista que podría recordar al Príncipe de Maquiavelo cuanto añade cuestiones morales y edificantes, educadoras, en el caso de la pieza de Ortuño, y a una brillante referencia del teatro barroco español, al del Siglo de Oro en su conjunto.
El castillo de la princesa Lindabridis es un entretenimiento que debió encantar, de encantamiento, a sus majestades y a su compaña entera. Buen resultado para todos, porque ahora con el conseguido por Ana Zamora, espejo y luz del teatro actual, faro del celebrado recogimiento segoviano de Nao d'amores, se pudo ver y certificar que el buen teatro es atemporal.
Todo se desarrolla en la función a través de aciertos plenos. Desde el encaje de espectadores en el escenario para que el resto pudiéramos ver cómo se desarrolla una función teatral, metateatro en suma, hasta la brillante escenografía, que con pocos y humildes materiales consigue que el castillo de Lindabridis ascendiera a los cielos y navegue sin ser pez ni ave. El vestuario impecable y acorde con la luz, recuérdese el verde que sigue al fauno, o la coreografía, incluido el baile o las espadas, trasunto este al que se podría dedicar todo un tratado del buen hacer.
Espléndidos actores
Y de los actores qué decir. Espléndidos, de esplendor, y espectaculares, de espectáculo, como todo lo que construyen en la hora y media de una comedia que, lo peor de todo, se pasa volando, encantados como vamos todos en ese vuelo alto que Nao d'amores ofrece desde un escenario que se extiende hacia el público, que sigue la función como si de una obra actual se tratara, y aquí está uno de los mayores aciertos de la compañía con su directora al frente, el ofrecerla, entregarla, al espectador recién salida del horno.
En este logro hay unos protagonistas indudables, que son los actores, los muy buenos actores de la compañía, pero también está el modo en que se dice el verso. Ah, el verso. Los actores saben recitar, pero además ofreciendo el tono más apropiado a cada momento, dirigiéndose siempre al público sin artificios de ningún tipo, incluyendo en la escena una normalidad que hace olvidar al espectador que está presenciando una pieza escrita hace un porrón de años y en verso.
«Se valen de movimientos acertados, de una música sublime que acompaña, como el verso y sin que lo notemos, a toda la función»
Nos recuerda esta manera de hacer al trabajo impagable que Trapiello ha efectuado en su traducción del Quijote, pues de una auténtica traducción se trata. Ana Zamora y Nao d'amores, regalan al público de hoy una traducción de una muy poco representada pieza de Calderón, y para ello se valen de movimientos acertados, de una música sublime que acompaña, como el verso y sin que lo notemos, a toda la función, pero sobre todo se valen de ese bien decir y acentuar un texto que escribiera Calderón para todos los públicos, pretéritos o futuros.
Ana Zamora y los muy convincentes actores de Nao d'amores nos han traído una pieza barroca que no ha perdido ni un ápice de todo su encanto. Buen teatro y teatro de encantos en consecuencia y en los que vemos volar un castillo, fatigar selvas o navegar tempestades y hasta penetrar oscuras cuevas. Todo en el buen hacer de una compañía señera del teatro español. Nao d'amores.
Ficha:
El castillo de Lindabridis, de Calderón de la Barca, en versión de Ana Zamora. Dirección: Ana Zamora. Asesor de voz: Vicente Fuentes: Arreglos y dirección musical: Miguel Ángel López y María Alejandra Saturno. Escenografía: Cecilia Molano y David Faraco. Vestuario: Deborah Macías. Iluminación: Miguel A. Camacho. Coreografía: Javier García Ávila. Reparto: Miguel Ángel Amor, Mikel Arostegui, Alfonso Barreno, Alba Fresno, Inés González, Paula Iwasaki, Alejandro Pau e Isabel Zamora.
Alcazaba de los Guzmanes del castillo de Niebla. Teatro accesible. Aforo: 900 localidades, lleno. 17 de agosto, 2024. Público y ambiente propio de amantes del teatro, o del buen teatro habría que decir, en una hermosa y como todas en este verano iliplense, apacible y encantadora noche. Aplausos merecidos y duraderos.