Elefantes y Huelva, en una noche de 30 años
La banda barcelonesa celebró con el público del Gran Teatro su exitosa trayectoria con un viaje repleto de energía y emociones, de amor a la música en canciones cargadas de historias y momentos especiales
El concierto de Elefantes en el Gran Teatro de Huelva, en imágenes
Shuarma (Elefantes): «La vida es aprender a querer y ser consciente de lo que te aporta y de que estás vivo cuando quieres»

Dejaron las huellas que pueden imprimir cuatro paquidermos sueltos al ritmo de la música por el Gran Teatro de Huelva. Elefantes -Shuarma, Jordi Ramiro, Julio Cascán y Álex Viviero- compartieron con el público onubense la satisfacción de haber hecho camino con el respaldo de tantos corazones latiendo al compás de sus canciones. Con las historias contenidas en ellas narraron la trayectoria de la banda, una con sello propio, que ha sabido conectar con la gente, hacerle sentir todo el rango de emociones entre la alegría y la tristeza, entre la euforia y la catarsis para renacer. Esa magia que sólo se produce en los conciertos permitió repasar 30 años de música en dos horas, en un pedacito de noche que se multiplicó con los aplausos y las voces de quienes llenaron 'La Bombonera'.
Este espacio, tan «bonito y peligroso» dijo Shuarma desde el borde del escenario ante el foso, fue el punto desde el que su cuerpo no pudo saltar, pero proyectó su alma y su energía, y la de sus compañeros a través de él, despegando en un viaje sin tocar el suelo, sostenidos por el ánimo de de hacer el recuerdo presente y disfrutarlo, alimentarse de él para seguir otras tres décadas demostrando amor a la música y a quienes la sienten como un elemento imprescindible de la vida.
Abrió la sesión la banda de Mario San Román, que con buen humor repitió su nombre para que no se confundiera con Sandokán. Soñó en voz alta cantar con Shuarma y así fue, en un momento especial dentro unos minutos en lo que pusieron todo para aprovechar la oportunidad dada por Elefantes.
Un artista con un carisma poderoso
Shuarma fue el maestro de ceremonias, quien ejerció de portavoz del sentir de los cuatro y de narrador de sus vidas con su gran voz, tan inconfundible, y una plástica gestualidad, que hace muy gráficos palabras y conceptos abstractos. Sin duda es un artista con carisma poderoso. Sus reflexiones lanzadas al aire, su diálogo con el público, su humor, su simpatía y generosidad, su conciencia de la identidad propia y su lugar en el mundo, son los elementos que explican su entrega total sobre las tablas, que irremisiblemente mueven el mundo, agitan y remueven con un efecto sincronizador. Refuerzan su ánimo la sonrisa de sus compañeros, a quien se les vio disfrutar y atreverse a más que manejar con virtuosismo sus instrumentos, exhibiendo buenas voces y bailes. Jordi puso la chispa con la batería, Julio músculo con el bajo y Álex, electricidad y una gran amplitud de matices con su guitarra, que hace imposible echar de menos a nadie, como si hubiera estado siempre ahí.
En su mar de composiciones, Elefantes escogió un repertorio con canciones que marcaron su trayectoria, con la misma esencia de siempre, pero otra piel. En ocasiones más desnudas, como al alumbrarse; en otras, vestidas con otros sonidos secundarios y atmósferas, sin dejar de transmitir nítidamente el mensaje. «Son canciones que nos definen como grupo y que explican por qué nos dedicamos a esto», explicó Shuarma.



Abrió 'Pretendes', la primera canción compuesta por la banda, con una puesta en escena sobria y directa. Un telón rojo, el foco sobre los cuatro cantando coralmente y una única guitarra como base. Metáfora de los íntimo y desnudo, de la fragilidad de los inicios. Le siguieron 'Cada vez' y 'Mi estrella', donde Shuarma comenzó a moverse por el escenario como por su casa, en los primeros de muchos bailes y paseos expresivos. Y después, la voz del público que llenó el teatro resonó cantando 'Que todo el mundo sepa que te quiero'.
En unos minutos, Shuarma volvió a ser el niño sediento de aventuras por Cubellas, su pueblo de veraneo, donde conoció a un señor mayor que abrió una puerta mágica al mundo del circo. Conoció años después que su amigo era Charlie Rivel, el payaso más importante del mundo en su época, que mencionó en su autobiografía a un niño que el cantante de Elefantes quiere pensar que era él. Para homenajearlo, se colocó la nariz roja y se movió como un mimo para interpretar 'El Payaso'.
Un sube y baja de luz y oscuridad
El Gran Teatro se llenó a continuación de la potente luz de 'Que yo no lo sabía', el testimonio del poder transformador del amor. Y tras ella el contraste de una canción cargada de oscuridad y sufrimiento, 'Duele', que fue surgiendo en una atmósfera tormentosa de inquietantes sonidos.
Y como en la vida, tras un momento bajo, llega uno de su subida y lo propició 'Aún más alto', con una maravillosa recta final a capela y con los brazos extendidos de los componentes. Nuevamente, tocó otro contrapunto con 'Hoy', un relato del «peor momento» de su vida, contado frente al piano.



En esencia, con mucho aire andaluz bordando la guitarra española, se desplegó 'Por verte pasar', que transitó entre lo íntimo y lo descomunal hasta acabar en una enriquecida parte instrumental, donde la voz fue la de Jordi, Julio y Álex ante un Shuarma ausente.
Regresó este showman con un traje rosa para interpretar 'Lo más pequeño', que enumera toda las cosas que se pueden dar a quien se ama, que se resume en «todo el amor de mi alma». Subió el pulso con la enérgica 'Somos nubes blancas', que conectó la corriente eléctrica en la sala.
«Gracias por elegirnos en lugar del fútbol», exclamó Shuarma, conmovido ante un teatro lleno y entregado que eligió este menú en lugar del de la final de la Copa del Rey. Recordó entonces el encuentro camino del hotel con un onubense que fue padre hace pocas semanas y le dijo que no estaría en el concierto y que le recordó cómo el cantante pidió en la ocasión anterior al público que llenara a la próxima el teatro. Deseo concedido.
«Millones de gracias», expresó Shuarma, que advirtió en un momento en el que la complicidad con el público era plena desde hace ya muchos minutos de que «tenéis el poder de convertir una canción normal en más bonita». Y así fue con 'Al Olvido', canción regrabada con el refuerzo de otras voces amigas, como las de Noni de 'Lori Meyers', Coque Malla, Mikel Izal, Rozalén y el violín de Ara Malikian.



La euforia continuó con 'Azul', sin duda la canción que hizo despegar la carrera de Elefantes y que con los años no ha perdido un ápice de su fuerza y emoción. Siguió alto el nivel de implicación colectivo con 'Te quiero', la versión del tema de José Luis Perales, que tuvo como introducción un canturreo de otros estribillos del maestro, como el «Y se marchó» de 'Un velero llamado libertad' o 'Y quién es el'.
La decimoquinta canción fue una especial, 'Este amor', un tema nuevo en un álbum retrospectivo que resume el ánimo con el que han hecho camino. «Es nuestra trayectoria como personas y artistas, cómo nos sentimos ahora», compartió Shuarma, que explicó que contiene el amor a ellos mismos individual y grupalmente, a su profesión y la música, una industria «cruel a veces» y al público. Se refirió a la relación con seguidores de muchos años que han llegado a ser conocidos y cercanos, también de Huelva. Destacó además el apoyo fundamental de Bunbuy, que les abrió las puertas con una oportunidad que aprovecharon.



Elefantes se marchó del escenario y las incansables palmas por Huelva los trajeron de vuelta tras un pequeño descanso con el que recuperar el aliento y seguir atreviéndose a crecer con 'Mis sueños', que enlazaron con su clásica canción de despedida, 'Piedad'. Es un broche que se escribe siempre entre bailes y saltos, y a pleno pulmón en cada «oh, oh, oh, piedad», repetido en un bucle cósmico hasta ser eco del eco, pisada de Elefante.
Después de 30 años, tienen claro que «el éxito es lo que ha sucedido esta noche aquí».