CARTA AL DIRECTOR
Reflexiones de un miembro de la clase obrera
Como miembro de la clase obrera, quiero hablar de los acontecimientos que nos están sobrepasando en estos momentos, con el continuo machaque informativo sobre la pandemia, aunque sería mas correcto decir sobre lo que interesa de la pandemia (números fríos sobre cómo va la clasificación entre poblaciones o países, en una aterradora lucha de que otro te sobrepase en la clasificación de contar mas muertos e infectados, para criticar y ser menos criticado, pero importando poco la vida).

No voy a divagar sobre el origen del virus, ni sobre la credibilidad de las vacunas, ya hay muchos y muchas divagando y con la misma preparación que yo, o sea ninguna. Lo que les diferencia de mí es que tienen minutos de gloria en televisiones a cambio de defender una idea u otra, aunque la mitad de las veces solo digan estupideces a cambio de un salario y de generar odio a falta de argumentos.
El virus está, las vacunas están y las incongruencias también, de todo esto se seguirá debatiendo en programas interesados en la defensa de una cosa y de la contraria según quién sea el pagador, se culparán a unos y a otros del aumento del paro, de la crisis económica y de las medidas empleadas para intentar no dejar a nadie atrás, pero sobre todo no dejar ninguna multinacional, banca o fortuna desprotegida. Con eso nos entretendrán hasta que esto ”pase” o más bien lo asumamos como nueva normalidad.
Me voy a centrar en una serie de modificaciones vitales y laborales que vengo observando, seguro que equivocadamente, ya que estoy corriendo el riesgo de pensar por mí mismo y sin el apoyo mediático pertinente.
Nos quieren imponer el teletrabajo. Qué bien suena eso de trabajar desde casa, ¿verdad? Tu casa convertida en lugar de trabajo para generar beneficio para un tercero, suena hasta perverso. El lugar donde comes, duermes y juegan tus hijos, es ahora la oficina donde desarrollas tu labor y ahora eres tú quien paga el alquiler, el agua, la luz y la fibra. Va a ser el lugar donde desayunes a media mañana, cambiando el bar de Manolo por el salón de tu casa (lógicamente Manolo terminará cerrando el bar) y tu aprovecharás los últimos diez minutos de bocadillo para poner una lavadora. Te golpearás la cabeza en el pequeño despachito que pudiste montarte bajo el paso de escalera y que hasta ahora usabas como despensa. ¿Ahora como justificas el accidente laboral?, ¿o acaso es un accidente doméstico? Ante la duda y por vergüenza cambiarás la mutua por tu cuarto de baño y al enfermero por tu pareja. Lógicamente no habrá ningún motivo para una baja: ¿qué vas a pedir, quedarte en casa? Si ya lo estas, solo pedirás que en un tiempo no haya una videoconferencia, así nadie podrá ver la brecha que te hiciste en la frente con el quicio de la escalera.
Manolo, el del bar, cerrará el negocio o lo traspasará a una cadena de implantación nacional o mundial de alimentos precocinados y listos para llevar. Manolo cambiará su profesión de 25 años de camarero por el de empaquetador de comida por cinco euros la hora. Solo los días que le llamen por teléfono para que vaya a trabajar, esperando cada día que ese manijero virtual tenga a bien pasarse por la plaza del pueblo, volverá a trabajar en el que era su bar y volverá a tenerse que pagar los seguros sociales. También su hijo, que trabajaba junto a él en su bar, ahora repartirá el paquete preparado por Manolo en un patinete eléctrico que debe costearse él mismo, pendiente de que le salte un aviso en la aplicación por un euro el envío.
Bancos, oficinas, están acaparando este teletrabajo, abandonando locales que antes tenían que ser limpiados por un personal ahora prescindible; vigilados por un personal ahora prescindible. Para qué, si ahora nos pueden controlar gracias a la colaboración que hacemos de 'selficearnos' continuamente y subirlos a las redes, de poner nuestra huella digital en los móviles, de hacer un tik-tok para facilitar nuestro reconocimiento facial, junto a declarar nuestros gustos, necesidades y desplazamientos casi en tiempo real. A través de cámaras y un ordenador nos controlan mejor que si pusiesen al frente al séptimo de caballería. Estos, prescindibles, también iban a desayunar al bar de Manolo, de Luis y de Enrique, con lo que se seguirán cerrando bares, seguirán los camareros Manolos reconvirtiéndose en empaquetadores o repartidores a demanda.
Con la excusa de la pandemia, incluso pretenden que los médicos nos atiendan por teléfono, tosiendo a través del auricular y marcando el 33 en el teclado. Pudiera ser hasta gracioso si no nos fuera la salud en ello. ¿Qué pienso que hay detrás de este intento de normalizar este sinsentido? Pues el miedo a contagiarnos en un centro de salud, un lugar casi maldito de propagación del virus, muy alejado de la protección que dan otros lugares como una nave industrial, un centro de manipulación de alimentos, una faena en el campo o una soldadura a quince metros de altura con el compañero pegado a ti para sujetar una pieza (nótese la ironía). Si se normaliza esto en la sanidad pública, se traslada toda la indignación contra los profesionales sanitarios públicos, se fortalece la imagen idílica de la sanidad privada y se tapan las vergüenzas que ya les va apareciendo de hospitales privados llenos, salas de espera a reventar y atención a través de videoconferencia con un médico explotado y atendiendo a un paciente con síntomas de infarto tras atender a un esguince de tobillo frente a una cámara. Por que lo que no va a hacer la sanidad privada es construir un nuevo hospital hasta que este no sea rentable y este amortizado, ni tampoco va a abrir uno en un pequeño pueblo ni va a contar con el personal suficiente para una atención directa y eficiente; para eso te mandan a la pública.
Los ERTE no son más que el freno, el sostén de lo que nos tienen preparado, para que les de tiempo de ir haciéndolo progresivamente, sin crear alarma social, poco a poco, como dijo el gran filosofo Luis Fonsi... despacito.
En este estado, que sólo somos la huerta de Europa y su Club de vacaciones, servidores de copas, empaquetadores de frutos rojos, camareras de piso, recolectores de aceitunas y mantenedores de fabricas obsoletas y contaminantes… ¿aspiramos a qué? A ser empleados de Amazon, bien explotados en el almacén, explotadas como teleoperadoras o jugándote la vida en una furgoneta, bicicleta o monopatín a tres euros el envío.
Nos contarán desde los gobiernos progresistas o no, desde los agentes sociales o no y desde la patronal, que tras la pandemia habrá un periodo de transición hacia la nueva normalidad, en la que estaremos obligados a pasar una fase previa, que aunque dura será necesaria antes de que llegue el prometido maná caído del cielo de Wall-Street.
Lógicamente esta nueva normalidad contará con el ajuste necesario de pérdida de derechos laborales, de individualización del trabajo, de total falta de responsabilidad de quien te explota, de imposibilidad de organización colectiva ante los abusos, de pérdida de conciliar vida laboral y familiar… ganarán más los que más tienen y nos empobreceremos más los que ya lo somos.
El capitalismo ha muerto, una nueva vuelta de tuerca contra la clase obrera está en ciernes, otra igual de inhumana e injusta con la población humana, contra los seres vivos y contra nuestro único planeta. Pero ya no es el capitalismo, es otro sistema distinto.
Otro sistema es posible, otro sistema es necesario y obligatorio; no podemos permanecer impasibles ante el nuevo modo de explotación que están preparando desde los poderes económicos, en colaboración con los gobiernos.
Recordemos que en el ya finalizado capitalismo los antiguos países que obstentaban el control mundial ahora se ven indefensos ante el avance inexorable de la economía China y están buscando la manera de seguir mandando en el mundo.
Con el capitalismo había un orden mundial instaurado bajo el control principal de los Estados Unidos, en el que se invadía al país que se quería salir del guión, con el beneplácito de la ONU o sin el, terminando con el país en cuestión destruido y el orden a buen recaudo bajo la dominación yanqui. Ahora las invasiones no son solución, tendrían que invadir China y no hay huevos, solo queda atacar a quienes tienen buenas relaciones con ella, llámese Irán, Siria o Venezuela.
La clase obrera debemos organizarnos, estar alerta y a la ofensiva contra este nuevo sistema de explotación que se está fraguando, imponer nuestras necesidades para que sea posible un sistema que permita el reparto equitativo de la riqueza y racional con los seres vivos y la capacidad de este nuestro único planeta.
Antonio Manuel Olivares Espinosa. Huelva.