CARTAS AL DIRECTOR
A vueltas con Isla Chica y los residuos
12.46 h. Huelva24 publicó los días 19 de julio y 1 de agosto sendas fotodenuncias que mostraban, respectivamente, la realidad cotidiana de los contenedores de las calles Murete Bajo y José Fariñas.

Sin ánimo de que mi carta sirva para completar una hipotética trilogía —o para continuar una saga, nunca se sabe— sobre la gestión de los residuos sólidos urbanos en la capital y la imagen de dejadez que está adquiriendo Isla Chica en los últimos tiempos, pretendo reflexionar en las siguientes líneas acerca del papel que unos y otros tenemos en esta situación.
En la primera de las fotodenuncias mencionadas en el párrafo anterior dejé un comentario en el que decía que “la ciudad entera, y en particular Isla Chica, se ha convertido de un tiempo a esta parte en una especie de ‘vale tudo’ en lo que a residuos sólidos urbanos se refiere”. A los ejemplos ya conocidos sumaré, mediante nuevas fotografías, otras vías que también son testigos del florecer de singulares especímenes de incierta taxonomía:
El acúmulo de quejas ciudadanas acerca de esta cuestión no es nuevo. De hecho, nos sonó a joda para Videomatch que el Ayuntamiento recibiese en 2014 un premio llamado “Escoba de Plata” por su servicio de limpieza municipal. Seis años después, y cambio de color político mediante, parece que la situación no ha experimentado progresos. Alguno podrá argüir, incluso, que el Consistorio amerita ahora, tanto como entonces, recibir escobazos en lugar de Escobas honoríficas.
En lo que a Isla Chica respecta, Murete Bajo, Alosno, Hermano Palomo, Villanueva de los Castillejos, Hinojos y otras tantas son calles que empiezan a imitar la idea de un Ikea, por la cantidad de mobiliario que se puede encontrar junto a los contenedores. Es más, estoy convencido de que los televisivos hermanos Scott y Chus Cano harían una fiesta y vendrían en peregrinación si tuviesen conocimiento de los tesoros que se pueden hallar en esta zona de Huelva, trufada de lo que podríamos llamar, sin temor a equívocos, “puntos limpios oficiosos”.

Sabemos de sobra que, hoy por hoy, y a falta de alegrías futbolísticas de nuestro Recre, encontrarse esos lugares libres de muebles, tablas e inodoros es motivo que justifica ir a la Fuente de los Bomberos a celebrarlo. Sabemos también que el servicio municipal de recogida y la Línea Verde tienen sus deficiencias —de hecho, el firmante de esta carta ha presenciado en más de una ocasión cómo el camión que se suponía que iba a recoger los elementos adyacentes a los contenedores paraba frente a ellos y se marchaba dejando aquéllos en el mismo emplazamiento e igual estado en que se los encontró—, y que es competencia del Ayuntamiento tomar medidas para mejorar la prestación que se brinda.
Ahora bien, aun cuando las críticas a una gestión política ineficaz de larga data puedan ser merecidas y encuentren notables argumentos que las sostengan, los ciudadanos no tenemos una patente de corso para desprendernos de nuestros residuos sin responsabilidad alguna acá, allá o acullá. Ciertamente, cuando alguien deja un sofá, un bidé o una puerta junto a un contenedor, no lo hace porque el alcalde o el concejal delegado del ramo —hoy denominado “Hábitat Urbano e Infraestructuras”— le haya amenazado previamente con un estilete para actuar de ese modo. Antes al contrario, la decisión primera de ese obrar corresponde a cada uno de nosotros.

De seguir así, convertiremos en letra muerta el artículo 87.2 de la Ordenanza Municipal de Higiene Urbana de 2009 —sí, tenemos una, aunque a veces no lo parezca—, que es del siguiente tenor: “Queda totalmente prohibido el abandono de muebles, enseres o trastos inútiles en la vía pública, salvo en las condiciones y en el momento acordado para cada caso con los Servicios Municipales”.
Es justo reconocer, por tanto, que la consecución de una buena gestión de residuos sólidos urbanos es responsabilidad del Ayuntamiento y de los ciudadanos. Unos y otros hemos de entender que la eficacia en el servicio de limpieza y el respeto al medio ambiente urbano también son, más allá de deberes jurídicos, una forma de querer a nuestra capital.

Cada uno, desde su lugar, puede y debe contribuir a que la imagen de su calle, barrio y ciudad sea la mejor posible —y en esta carta no me he referido a las deyecciones de mascotas y a su volumen excretor, tema del que se podrían escribir tratados enteros—. Lo contrario es, sencillamente, la molicie.
Juan Diego Sández