CARTA AL DIRECTOR
A Gonzalo Marín
Se acerca despacio por la verja hormigonada a media altura. Aparca sutilmente la furgoneta blanca. Tras cinco segundos desciende súbitamente desde la parte delantera izquierda un señor con traje de orgullo y corbata de humildad, austero como un cuaderno A5 a doble lÍnea, los cuales distribuía con el objetivo de que el aprendizaje de las nuevas generaciones adquieran compromiso con sus ilusiones.
Podía aparecer por la puerta del colegio a cualquier hora de la mañana. Siempre en miércoles. El reparto de la zona costera, por agenda, le correspondía los miércoles.
Esperábamos su llegada ansiosamente por dos cosas. La primera de ellas, porque traía materiales escolares, necesario para los docentes. Más importante aún, aportaba enseñanza, nuevos rotuladores y maquillaje de carnaval, pegatinas brillantes... repartía ilusiones para niños y niñas.
En unas de sus cajas..... colores. En otras, olor a plastilina...., pinturas para mancharnos, papel que recortar dibujando sueños...
Arrugas sonrisadas, sonrisas arrugadas... Humilde hasta la humildad, trabajador. Si tenía prisa te lo decía. Si tenía tiempo te miraba.
Y todo su esfuerzo le fue recompensado. Tanto entrenar la distancia a golpe de gallito, tantos volantes marcando el triunfo que suplían los abrazos filiales.
Seguía repartiendo a diario material de oficina el padre de la campeona olímpica de bádminton, tricampeona mundial y cuatro veces campeona de Europa, aunque para él sólo era su niña.
Tu padre te tenía en la mente. Siempre con los pies en el suelo, la cabeza bien amueblada y la frente bien alta.
El mundo debe aprender de este hombre. Gonzalo.... descansa en paz.
J. G.