'Sacarse el Graduado' en el Siglo XXI: En defensa de los centros de educación permanente

Dedicado a quienes continúan luchando, pese a las adversidades.

'Sacarse el Graduado' en el Siglo XXI: En defensa de los centros de educación permanente

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Algunos llegan perdidos, otros de rebote; unos han oído cantos de sirena y varios, muy pocos, poseen una idea aproximada de cómo funciona el proceso. La mayoría se aproxima con un déficit de autoestima bastante acentuado y una idea pesimista de sus capacidades. Todos, sin excepción, se acercan buscando algo, a veces impreciso, a veces cristalino, nunca irrelevante.

La educación permanente para personas adultas, llamada durante mucho tiempo “escuela de adultos” ha ido adaptándose a lo largo de las décadas a las características de la sociedad del momento, asumiendo los desafíos (dentro de la medida de sus posibilidades) que han ido surgiendo a lo largo de los últimos años. Y lo ha hecho sobreviviendo continuamente en los arrabales del mundo educativo, sin recibir la atención necesaria, desdeñado por una sociedad acostumbrada a apartar a quienes no cumplen las expectativas sociales normativas. Y en esas sigue.

Atrás quedan hoy aquellos tiempos en los que la gente se matriculaba para preparar el carnet de conducir o “sacarse el graduado escolar”. También van quedando atrás (aunque aún se ve algo de ello en los entornos rurales) la alfabetización de mujeres (mayoritariamente ellas) y hombres mayores, enfrascados en sus sumas, sus restas, sus dictados y sus copiados de la pizarra. Hoy, aunque es difícil y poco productivo establecer un perfil concreto, el alumnado que se matricula en nuestros centros de educación permanente comienza a ser bien distinto, esperanzadoramente diverso y, por ello, más complejo (y más fascinante) que nunca.

La alfabetización de la que les hablaba antes se ha desplazado a la población migrante, como es natural, dadas sus necesidades comunicativas. Ciudadanos marroquíes, ingleses, rumanos, moldavos, argelinos, franceses, senegaleses, ucranianos… de ambos sexos, llenan las aulas tratando de absorber un idioma como el español, gramaticalmente complejo y fonéticamente imposible para muchos de ellos, extraviados en el significado elusivo del doble sentido tan caro a los españoles o de la costumbre de aspirar algunas letras.  Resulta enternecedor e inspirador, sobre todo inspirador, contemplar a una señora marroquí de setenta años inclinada sobre un pupitre tratando de descifrar el galimatías encapsulado en las palabras silla, ventana, ambulatorio, ayuntamiento o patrimonio. Y, como pueden imaginarse, produce una satisfacción infinita el momento en que detectas que han hallado el sortilegio para descifrar un texto escrito o comunicarse con cierta fluidez para expresar oralmente opiniones, deseos, requerimientos o dudas. La satisfacción personal de ayudar a otro a superar una barrera que antes se adivinaba insalvable, ver su sonrisa triunfal, es una de las mejores experiencias laborales que pueden experimentarse.

Los centros de educación permanente son, asimismo, lugares donde personas desconectadas del ámbito educativo durante años pueden volver a vincularse con quienes desearon ser una vez. Sea para aprender la jerigonza informática básica, sumergirse en los cimientos del inglés o conseguir el título de graduado en ESO, cada año, más y más personas adultas se acercan a nuestras aulas para mejorar sus vidas a través del conocimiento, la adquisición de competencias educativas o la mejora de sus habilidades intelectuales de partida. Gente que, en muchos casos, franquea el umbral de las aulas, afirmando que no serán capaces de conseguirlo, que no tienen las capacidades exigidas para ello; gente, en su mayoría, que arrastra pesadas mochilas donde se mezclan horarios laborales devastadores, hijos, incapacidad para la conciliación y obstáculos de todo tipo; pero gente poseedora de un brillo en la mirada capaz de adaptarse a todas las piedras del camino y, pese a todo, conseguirlo. 

Personalmente, creo que nos encontramos ante una encrucijada vital. Los centros de educación permanente precisan un auténtico y profundo proceso de reflexión sobre el lugar hacia donde deben encaminarse y los procedimientos adecuados para conducirlos al lugar deseado. Y no solo se necesita una idea de camino conjunto, sino también un análisis de sus estructuras internas, de sus atribuciones, de su importancia social y de su función educativa global. 

Para ello, las administraciones deberán abrir espacios colaborativos en los que atender las demandas, peticiones o exigencias de la comunidad educativa; hallar fórmulas de participación comunitaria en las cuales el alumnado pueda expresar su visión y se respeten sus puntos de vista. Es decir, involucrarse más en la mejora de un elemento educativo de primer orden, fundamental en la dinámica cambiante de las sociedades actuales: la formación permanente para personas adultas.

Pero también precisan de apoyo público, de un cambio de mirada social. Aún me preguntan por la calle “cómo te va con tus viejitas” (como si no fuera motivo de orgullo enseñar a “viejitas”); aún se me sorprende más de uno cuando le explico lo que hacemos en los centros de educación permanente, como si les estuviera contando una historia de ciencia ficción. Somos los propios docentes quienes debemos trasladar la pedagogía a las calles, explicar a la ciudadanía lo que hacemos, quiénes somos. Y eso solo puede lograrse abriendo las puertas de los centros a la gente, invitándolas a conocer cómo funcionan por dentro, cuáles son los itinerarios educativos por los que pueden transitar para continuar creciendo intelectualmente e invitándoles a participar activamente de ellos.

Una sociedad como la española, poco inclinada al concepto de “segunda oportunidad”, tan extendido en el mundo anglosajón, puede encontrar en los espacios educativos para personas adultas un ejemplo de esperanza regeneradora, de educación para toda la vida, de continuidad, de participación, de crecimiento; lugares donde se les da la bienvenida a personas que desean transformarse, mejorar, aprender o salvar el muro de sus propios límites. Lugares inspiradores.

Así que, miren a su alrededor y acérquense a los centros de educación permanente; pregúntennos qué podemos ofrecerles, cómo trabajamos, quiénes somos, hasta dónde podemos llegar; Compartan con nosotros sus inquietudes, sus necesidades, sus anhelos. Hallarán un espacio donde los educadores están dispuestos a ofrecer lo mejor de sí mismos para ayudarles en su proceso de construcción personal, a acompañarlos en el viaje.

Háganme caso, no se arrepentirán.

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